La Bulimia Nerviosa es otro de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA’s) más prevalente. Es más frecuente en las mujeres que en los hombres, y suele aparecer en la juventud o adolescencia, entre los 12 y los 21 años.
La bulimia se caracteriza por episodios de ingesta descontrolada de alimentos, los famosos «atracones«. Se suelen dar unas 2-3 veces por semana, durante al menos 3 meses. Tras estos episodios se producen conductas compensatorias, llamadas «purgas«: vómitos inducidos, abuso de laxantes o diuréticos, etc, para compensar el temor a engordar.
Suele venir precedido por un período de dieta, incluso a veces tras una anorexia ya curada o controlada. La mayoría tienen peso normal, lo que contribuye a ocultar el trastorno, ya que no se observa ni un peso anormalmente bajo, característico de la anorexia.
Los síntomas psicológicos que acompañan a la bulimia tienen que ver con una muy baja autoestima, una mala imagen de sí mismas. Muy frecuentemente viene asociado a rasgos de otros trastornos de personalidad, inestabilidad emocional, impulsividad, abuso de alcohol y otras sustancias tóxicas, y en ocasiones con episodios de autolesiones.
Las señales de alerta que tenemos que tener en cuenta aparecen cuando observamos que la persona tiene una imagen muy negativa de sí misma, que come grandes cantidades frecuentemente, muy a menudo a escondidas. En ocasiones podemos ver incluso llagas en los nudillos, consecuencia de la acidez del jugo gástrico, ya que inmediatamente, tras comer, van al baño para provocar el vómito.
A veces la bulimia viene acompañada de hinchazón en cara, manos y pies, debido a una hipertrofia de las glándulas.
Un síntoma muy característico es que evitan comer en familia, siempre a escondidas, y suelen recurrir a excusas como la retención de líquidos o el estreñimiento para tomar fármacos diuréticos y laxantes, lo que puede provocar problemas renales y del sistema digestivo.
Para solucionar un trastorno de bulimia el cambio en los hábitos alimenticios es imprescindible. Evitar la comida basura y centrarse en las bases de la alimentación saludable, con frutas, verduras, lo que ahora se llama «real food«. Comer en familia, al menos una vez al día, es una ocasión ideal para asentar los hábitos. En estas comidas no se debe culpabilizar al enfermo, ni comentar sobre el peso, dietas, etc.